La profesionalización de la polÃtica y el polÃtico profesional han sido una aspiración muy antigua en la práctica de la disciplina, una de las más difÃciles actividades humanas, a grado tal que Alberto Einstein la calificó en su momento como "más difÃcil que la fÃsica".
El polÃtico profesional como tal —tipo Porfirio Muñoz Ledo, Ruiz Cortines o Jesús Reyes Heroles— que hizo polÃtica y nunca acumuló riquezas personales en su largo desempeño ha sido una especie casi en extinción. En muchas ocasiones han sido desplazados por el aventurero cortoplacista, el calculista o el polÃtico superficial que, a nombre de una mal entendida 'disrupción' o 'quiebre de paradigmas' (sic), ha aprovechado la actividad para lograr riqueza personal o acumular poder sin sentido, solo ‘el poder por el poder’. Y al lograrlo, se retira de la polÃtica al obtener lo que querÃa.
Para disculparse, acusa al profesional de tradicional, argumentando que todo tiempo pasado fue peor, como si el ejercicio de la polÃtica se midiera por generaciones. Nunca leyeron a Aristóteles ni a Weber.
Ahora vivimos en un clima de degradación polÃtica donde algunos polÃticos se venden (polÃticos compra-venta les dicen en el PAN), se alquilan o se prestan a jugadas a nombre de ser admitidos en el grupo de poder dominante. ¿A cambio de qué? ¿NotarÃas? ¿Dinero? ¿Promesas de promoción polÃtica sexenal?
La deshonestidad mezclada con la falta de una moral polÃtica auténtica y un pragmatismo sin frenos ha llevado la polÃtica a la esterilidad en el poder legislativo, la falta de un buen debate polÃtico, la degradación de la actividad y a la crisis de la representación. ¿A quién representan realmente los diletantes polÃticos que a cada rato cambian de partido? No ha quedado claro.
Quizá solo a sus propios intereses. No se sabe que enarbolen banderas o causas sociales trascendentes. Tampoco solidaridad con la gente que menos tiene y menos algún tipo de crÃtica.
El 'chapulineo' en polÃtica es definido por la gente como el brinco de un practicante de la polÃtica de un partido a otro, de un color a otro, sin ideas firmes ni convicción alguna, solo la ambición de poder y el cálculo polÃtico sobre el presente y el futuro de cada persona para acomodarse a los tiempos que se viven y tratar de sacar provecho polÃtico de las decisiones, ofreciendo lealtad y solidaridad a sus nuevos jefes, partidos o dirigencias, para abjurar del pasado inmediato y empezar a señalar errores y defectos a las organizaciones que antes los cobijaron. "Como si al pasarse de un partido a otro se hubieran purificado" al "bañarse en el Ganges", a decir del recordado Castillo Peraza.
A algunos practicantes del 'chapulineo' les ha ido bien. A otros no tanto. A algunos los han usado en coyunturas especiales para hacer perder a candidatos de otros partidos; a otros, para aumentar el número de legisladores necesarios para integrar las mayorÃas legislativas; a otros, para sumar autoridades municipales a diversas causas; y a otros, simplemente, para tratar de dividir y hacer daño a otras formaciones partidistas por el solo hecho de debilitar —simple animadversión u odio— al adversario, en pleno proceso electoral.
Se acomodan al derecho buscando la disculpa. Se trata del ejercicio de una libertad protegida por la Constitución; pero el problema no es jurÃdico, es de ética polÃtica. Se traduce en falta de honestidad y de congruencia. Porque lo que no aclaran es la facilidad con la que se olvidan de sus compromisos anteriores, cuando protestaron cumplir y hacer cumplir las disposiciones y los principios de su partido de origen y, en ocasiones, aquellos de los que explotaron hasta la saciedad los beneficios de la militancia que los proyectó polÃticamente. Es decir, la polÃtica como una aventura o como un gran negocio, lo que da lugar a cuestiones no solo de ética polÃtica, sino también de moral pública. Echan la culpa a las organizaciones y no a las personas. Complicidades también porque algunos de esos polÃticos tienen dueño y bailan al son que ellos les tocan.
¿Tienen razón, entonces, los que se van de un partido a otro por el solo hecho de cambiar de camiseta polÃtica? No siempre. Ha habido arrebatos polÃticos y fracturas en partidos y organizaciones que han provocado su desaparición del escenario polÃtico mexicano. Otros militantes salen de un partido a otro y desaparecen de la polÃtica. Les aplican la ley del limón después de mandarlos a hacer cola: Los cortan, los parten, los exprimen y al último los tiran. En ocasiones, ya en el colmo de la indignidad, se prestan a aceptar candidaturas que saben que no van a ninguna parte solo con el fin de debilitar a los adversarios.
El llamado 'chapulÃn' no actúa por ideales ni por convicciones. Durante muchos años existió lo que se llamó la ‘disciplina partidista’ en los principales partidos polÃticos de México, principalmente en el PRI y en el PAN. En 1988 esa disciplina se fracturó en el PRI con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo y la formación del PRD en 1989.
En el PAN se fracturó con la salida de su candidato presidencial Pablo Emilio Madero y la formación del Partido Alianza Social (PAS). El PAN ya habÃa registrado fracturas cuando, por divisiones internas, no pudo postular candidato presidencial en 1975. Después renunciarÃan al partido personajes como sus exdirigentes nacionales Carlos Castillo Peraza, Manuel Espino Barrientos y su expresidente de la República, Felipe Calderón.
El Partido del Trabajo no ha cambiado de dirigencia nacional en 33 años. El Verde ecologista sigue con el dominio de la familia González. El PRD terminó por perder el registro nacional ante la multitud de fracturas que experimentó en sus 35 años de vida, y Morena se ha convertido ya en el partido campeón de chapulines, con una multitud de problemas internos y altÃsimos costos que le han dificultado la gobernabilidad en todos los órdenes.
Chapulineo polÃtico: ¿Avance o degradación? Hasta ahora, solo degradación, ningún avance. Las principales reformas impulsadas en el sistema polÃtico mexicano en los últimos 50 años (y antes del 2018) fueron hechas por polÃticos profesionales, leales a principios, y no por el remedo de polÃtico, tipo chapulÃn, que observamos ahora pegado a la ubre y amamantado por el oficialismo.
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